Así pues, abordamos la lectura canónica del Pentateuco. ¿Qué encontramos? Una obra fascinadora, amena, entretenida, reiterativa, aburrida, pesada... Un inmenso paisaje con cumbres narrativas y barrancos polvorientos, con sendas llanas y veredas escabrosas. Más que una obra, el Pentateuco parece una colección de piezas heterogéneas: registros de archivo, códigos legales, o litúrgicos, documentos jurídicos, poemas, relatos. Con todo, la narración es el elemento importante: desde la vocación de Abrahán hasta la muerte de Moisés fluye un relato serpenteante, accidentado y bien orientado. Toca al lector ajustar cada vez su enfoque para comprender y gustar cada sección sin perder la orientación general.
Basta leer con atención crítica para tropezar con cosas extrañas. Si de la lectura pasamos al estudio, las dificultades se multiplican. Una manera de salvar los obstáculos es subiendo a su origen. ¿Quién compuso esa obra? ¿Con qué materiales? ¿Con qué criterios? ¿Qué valor histórico tiene? ¿Qué valor literario? Con esas preguntas y otras semejantes entramos en la historia de la investigación sobre el Pentateuco. Tema muy importante, pero secundario por ahora para nosotros. Por eso me conformaré con breves indicaciones que se pueden ampliar en obras específicas llamadas de introducción especial.
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