CÓDIGO DE LA SANTIDAD
BENDICIONES Y MALDICIONES
Sobre la sangre (Dt 12,16.23-25)
171El Señor habló a Moisés:
2-Di a Aarón, a sus hijos y a los israelitas: Esto es lo que manda el Señor: 3<<cualquier israelita que en el campamento o fuera de él degüelle un toro, un cordero o una cabra, 4y no los lleve a la entrada de la tienda del encuentro, para ofrecérselos al Señor, ante su morada, es reo de sangre. Ha derramado sangre, y será excluido de su pueblo.
5>>Así, pues, los israelitas llevarán al sacerdote las víctimas que maten en el campo y las ofrecerán al Señor en sacrificio de comunión, a la entrada de la tienda del encuentro. 6El sacerdote rociará con la sangre el altar del Señor, situado a la entrada de la tienda del encuentro, y dejará quemarse la grasa en aroma que aplaca al Señor. 7En adelante no inmolarán sus víctimas a los sátiros, con quienes se han prostituido.
>>Es ley perpetua para los israelitas en todas sus generaciones.
8>>Diles también: Cualquier israelita o emigrante residente entre vosotros que ofrezca un holocausto o un sacrificio, 9y no los lleve a la entrada de la tienda del encuentro, para ofrecerlos al Señor, será excluido de su pueblo.
10>>Cualquier israelita o emigrante residente entre vosotros que coma sangre, me enfrentaré con él y lo extirparé de su pueblo. 11Porque la vida de la carne es la sangre, y yo os he dado la sangre para uso del altar, para expiar por vuestras vidas. Porque la sangre expía por la vida. 12Por eso he prescrito a los israelitas: ni vosotros ni el emigrante residente entre vosotros comeréis sangre.
13>>Cualquier israelita o emigrante residente entre vosotros que cobre una pieza comestible de pluma o de pelo, derramará su sangre y la cubrirá con tierra, 14porque la vida de la carne es su sangre. Por eso he prescrito a los israelitas: no comeréis la sangre de carne alguna, porque la vida de la carne es su sangre; quien la coma, será excluido.
15>>Todo indígena o emigrante que coma carne muerta o desgarrada por una bestia, lavará sus vestidos y se bañará y quedará impuro hasta la tarde; después quedará puro. 16Si no los lava ni se baña, cargará con su culpa>>.
Explicación.
BENDICIONES Y MALDICIONES.
17-27 Estos capítulos forman un código autónomo incorporado en el Levítico. Los autores lo suelen llamar "Código de la santidad", por su tema dominante y sus fórmulas frecuentes de santidad. Dentro de esta visión general, los temas nos resultan a nosotros heterogéneos: sangre de animales, relaciones sexuales, relaciones humanas éticas, cultos prohibidos, personas sagradas, porciones sagradas, tiempos sagrados, lugares sagrados, el nombre sagrado, año jubilar.
En cuanto a la forma, encontramos con frecuenta la justificación categórica "Yo soy el Señor, vuestro Dios, soy santo". "Yo soy el Señor, que lo santifico". Hay varias series legales, de miembros breves y semejantes, sin explicaciones; hay breves piezas parenéticas; el vocabulario tiene palabras características. También es de notar el parentesco formal con Ezequiel.
La santidad es atributo esencial de Dios, es su misma naturaleza trascendente, del todo diversa e inalcanzable; en términos de voluntad, es ética, perfecta y dinámica. Dios manifiesta su santidad en acción y en presencia: la naturaleza y el hombre, descubiertos por Dios, se sobrecogen. Pero el Dios trascendente actúa para transmitir y comunicar su santidad, para arrastrar a su esfera al hombre, y por él a otros seres. Asume el título "Santo de Israel" (Isaías) y confiere el título "pueblo santo" (Éxodo). Al sentirse arrastrado, el hombre descubre aún más su indignidad ontológica y ética, es decir, su finitud y su ser de pecado, a la vez que descubre la exigencia de Dios, que lo penetra en su apertura trascendente. Comienza la santificación o consagración: Dios acerca (hiqrib) al hombre, lo traslada a un orden objetivo superior, de cercanía personal exigente; la diversidad y exigencia se expresan en un sistema, al parecer arbitrario, de prescripciones, que tienen sentido sólo como símbolo de la transformación profunda, como formulación de exigencia. La esfera "objetiva" privilegiada de ese acercamiento y trato es el culto: por el hombre, Dios santifica objetos, tiempos, lugares, imponiendo sus exigencias significativas. Pero la transformación del hombre se ha de dar sobre todo en el centro de su ser, la libertad: la santificación tiene marcado carácter ético, y es exigencia constante y dinámica. El proceso de santificación es dialéctico: exigencia previa para penetrar, nueva exigencia para progresar. Además, el hombre debe reconocer y proclamar conscientemente la santidad de Dios, que se le manifiesta como presencia y como acción transformadora: esto es "santificar el nombre de Dios".
17 Hay en este capítulo cuatro textos que directa o indirectamente tienen que ver con el uso de la sangre, y un quinto caso atraído oblicuamente por el tema. Esta vez el autor da normas y añade su razón teológica. La sangre clama (Gn 4,10; Dt 21,7-9; Lam 4,13ss); protege (Éx 12,7.13); expía (¿vida por vida?).
Si se trata de las tres especies de animales sacrificables -las aves no cuentan-, cualquier matanza se considera sacrificio y se ha de ejecutar según normas correspondientes: en un lugar sagrado y entregando toda la sangre a Dios. En la ficción del Levítico ese lugar es la tienda del encuentro, o sea, el templo de Jerusalén.
La carne se podía comer participando así en un sacrificio de comunión. La carne no era alimento corriente en aquella época, aunque lo permitió Dios después del diluvio (Gn 9,3): por eso participar en uno de esos sacrificios era ocasión festiva y apetitosa. Sólo que aquí se invierten las funciones: el banquete no es consecuencia de un sacrificio, el sacrificio ha sido medio para el banquete. Abrahán no parece preocuparse de esta norma, (Gn 18); en cambio el asunto crea un problema en una campaña de Saúl (1 Sm 14,32-36).
Éx 20,22-26 acepta la pluralidad de santuarios locales, que permite observar esta ley. Cuando el culto se centraliza exclusivamente en Jerusalén, esta prescripción resulta imposible, y da origen al reconocimiento de una matanza profana (permitida en Dt 12,13-16).
17,4 Quebrantar la norma equivale a homicidio y lleva pena de excomunión. Añadimos nosotros: derramar esa sangre en un sacrificio es devolver una vida a Dios.
17,7 Parece una vieja norma conservada en alguna tradición y recogida por el compilador. Si los animales sacrificables no se ofrecen al Señor, se consideran ofrecidos a divinidades de zonas deshabitadas. Véanse 2 Re 23,8; Is 13,21; 34,14.
17,10-12 Como el aliento infundido por Dios es vida del cuerpo, así la sangre es vida de la carne: derramada la sangre, la carne muere; derramar la sangre es dar muerte. A Dios pertenece todo, y de modo especial la vida de hombres y animales. La carne se la cede al hombre como alimento, la sangre, que es la vida, se la reserva y exige cuenta de ella (Gn 9,4). Solamente se la cede al hombre para el culto, es decir, para volverla a recibir en homenaje y expiación; para que el hombre salve su vida y ofreciendo en sacrificio la del animal (Éx 12,7.13; cfr. Heb 9,22). El precepto recoge el respeto ancestral del hombre ante la sangre y le infunde un sentido teológico. Como precepto, inculca que la vida es sagrada. Dejar morir una persona invocando este precepto (testigos de Jehová) respecto a transfusiones de sangre) es pervertir su sentido inicuamente.
17,11 Heb 9,7.
17,13 Sangre derramada en tierra clama al cielo pidiendo venganza, cubierta de tierra, deja de gritar (Gn 4,10; Dt 21,7-9; Lam 4,13; Job 16,18).
17,14 Véase Hch 15,20-29.
17,15 No coincide con las normas de Éx 22,30 y Dt 14,21.
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