Lo que llamamos Levítico es un libro obtenido por un corte artificial y violento. Narrativamente, los israelitas llegan al Sinaí en Ex 19 y se marchan de allí en Nm 10, casi dos años más tarde, según el narrador. En esos meses ha metido el autor una enorme actividad legislativa. Si tomáramos esos dos límites, tendríamos un libro compuesto con cierta lógica.
Como ya hemos visto, gran parte de los cuerpos legislativos es posterior, proyección en el desierto de preocupaciones y prácticas tardías: atribuyendo todo a Moisés y por él a Dios. No es que todo sea intervención posterior: se conservan en esos cuerpos literarios normas que parecen antiguas, incluso primitivas. Pero hay una idea que responde a una situación y condiciona toda la tarea de compilar y organizar materiales.
Es la situación de los judíos como provincia del imperio persa, probablemente en el siglo V a.C. Los judíos no tenían independencia política ni soberanía nacional, dependían económicamente del gobierno imperial. No tenían rey y quizá tampoco profetas. Pero eran libres para practicar su religión, seguir su derecho tradicional y resolver sus pleitos. Muchos judíos vivían y crecían en la diáspora... En esas circunstancias el templo y el culto de Jerusalén son la gran fuerza de cohesión, y los sacerdotes sus administradores. La otra fuerza es la tôrâ, conservada celosamente, interpretada y aplicada con razonable uniformidad en las diversas comunidades. Esa legislación regula también la vida civil.
El Levítico, con el final del Éxodo y buena parte de Números responden a esa situación. Con las Crónicas y algunos capítulos de Ezequiel, son testigos de la importancia que asumió el culto y el sacerdocio en la vida de los judíos después del destierro.
El nombre Levítico es posterior y artificial, pues entiende por el adjetivo lo que pertenece al mundo sacerdotal o clerical, y no tiene en cuenta la distinción entre sacerdotes y levitas de que hablan las Crónicas (1 Cr 23,28-32). Aunque pocas, el Levítico contiene también normas del ámbito civil o laico.
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